HÉCTOR,
el hombre EXTRAORDINARIAMENTE fuerte.
Magalí Le
Huche
En un país llano y ventoso, muy lejos de todo
y en medio de ningún lugar, se encuentra el Circo EXTRAORDINARIO.
Este circo es EXTRAORDINARIO porque en él
encontramos mucha gente EXTRAORDINARIA.
Ricardito,
el hombre EXTRAORDINARIAMENTE pequeñito.
Rodrigo,
el hombre EXTRAORDINARIAMENTE divertido.
Marianita
y Marianela, las EXTRAORDINARIAS gemelas.
Clotilde
y Rolando, la EXTRAORDINARIA pareja que se la pasa volando.
Gedeón,
el EXTRAORDINARIO hombre que doma a cualquier león.
Leonardo,
el EXTRAORDINARIO domador de leopardos.
Leopoldina,
la bailarina EXTRAORDINARIAMENTE divina.
Y
finalmente está Héctor, el hombre EXTRAORDINARIAMENTE fuerte. Héctor es capaz
de hacer cosas asombrosas, como levantar con su dedo índice dos lavadoras
llenas de ropa mojada o tirar de una carreta repleta de elefantes con la sola
ayuda de sus dientes.
Sin embargo, cuando termina su número, Héctor
es un hombre discreto, más bien distante. Instaló su casa rodante en un lugar
solitario, lejos de las miradas de los demás porque guarda un secreto…
Más que nada en el mundo, Héctor ama tejer y
hacer crochet. De tejidos, sabe un montón:
“Un punto
al derecho, un punto al revés;
con
angora o con mohair,
con lana
o con algodón,
el tejido
es mi pasión.”
Su colección privada es digna de un museo de
arte: manta hidratante trenzada, tejida con seda y cachemira. Almohadones
calienta-pies, tejidos en zigzag calado. Medias termo-activas, tejidas en punto
cruz con lana de angora. Bermudas dinámicas, tejidas en punto de canalé inglés
con hilo de bambú. Delicado tapete tejido con hilo de nylon, para toda ocasión.
Pasamontañas, discreción asegurada, tejido con acrílico en punto jersey. Y,
finalmente, la obra maestra de Héctor: un tejido EXCEPCIONAL para la chica que
ama… Leopoldina, ella es tan bonita.
Leopoldina también está enamorada de Héctor
Por ella, él intenta hacer las piruetas más EXTRAORDINARIAS.
Pero,
entre bambalinas, Héctor despierta celos…
-
“EXTRAORDINARIAMENTE fuerte, EXTRAORDINARIAMENTE fuerte.” Ya nos está cansando
con sus musculitos este Héctor- repiten exasperados una y otra vez Gedeón y
Leonardo.
Una noche, después del espectáculo, los
domadores lo desafían:
- A ver,
Héctor, ¿quién es el más fuerte? ¡Seguro que ante nuestros felinos eres menos
valiente!
¿O acaso
tienes el valor de enfrentarlos con tus propias manos?
- No
gracias, no me interesa el desafío- responde Héctor. Y se va.
Leonardo
Y Gedeón lo miran alejarse, asombrados.
- El
hombre EXTRAORDINARIAMENTE fuerte se niega a combatir, ¡qué cobarde resultó
ser! – exclama sorprendido Leonardo.
- Yo
diría que esconde algo – dice Gedeón.
Intrigados,
los domadores deciden espiar a Héctor.
Héctor no sospecha nada. En su escondite, ya
puso manos a la obra. Al verlo, Gedeón y Leonardo no pueden creerlo.
- ja, ja
¡quién lo hubiera dicho! – dice burlándose Gedeón.
- ja, ja,
ja… ¡cuando se lo contemos a los otros! Ya verás, será el fin de los “Héctor de
aquí”, “Héctor de allí”- continúa Leonardo. - ¡Vamos a ponerlo en ridículo!
- De aquí
en adelante será “Héctor el hombre EXTRAORDINARIAMENTE perdido por el crochet y
enloquecido por el tejido”- dice Gedeón.
Durante la noche, Gedeón y Leonardo se
dirigen sigilosos a la casa de Héctor. Alrededor, todo es silencio, sólo se oye
el silbido del viento, el canto lejano de las ranas y, de vez en cuando, un
ronquido EXTRAORDINARIAMENTE fuerte.
Con mucho cuidado Gedeón y Leonardo abren la portezuela, se deslizan en
el escondite y se apoderan de todos los tejidos:
-
¡Con sus pequeños tejiditos haremos una linda exposición para Héctor el
tejedorcito!
A
la mañana siguiente, Héctor toma el camino que lo lleva hasta la carpa. El
viento sopla suave y las hojas revolotean con gracia. Inmerso en sus
pensamientos, no percibe el revuelo que hay a lo lejos.
Cuando llega a la entrada del circo, curiosas sensaciones se apoderan de
él: sus pantorrillas comienzan a temblar, sus bíceps a desinflarse y sus
bigotes a estremecerse.
Allí, colgados de la carpa, a la vista de
todos, están expuestos sus tejidos.
Leonardo y Gedeón lo señalan con el dedo, riéndose:
- ¡Y aquí está, señores y señoras, el autor
de estas magníficas obras! ¡Héctor, el hombre que parecía tan
EXTRAORDINARIAMENTE fuerte es en realidad el hombre que está
EXTRAORDINARIAMENTE perdido por el crochet! ¡Enloquecido por el tejido! ¡Ja,
ja, ja!
Héctor se siente humillado.
De
pronto, el viento comienza a soplar más fuerte. Sopla y silba, las ramas se
agitan, una tormenta se desata sobre el Circo EXTRAORDINARIO llevándoselo todo:
los tejidos, los sombreros e incluso la carpa.
Cuando por fin regresa la calma, todo se ha volado. Leopoldina, al no
ver a Héctor, decide salir a buscarlo.
- Oh, mi Héctor, ojalá que no le haya
sucedido nada…
Cuando Leopoldina finalmente ve a Héctor, lo encuentra sentado en la
puerta de su casa rodante, muy afligido. Entre sus manos guarda un pequeño
tejido.
- Aquí tienes, Leopoldina, es el único que
no se llevaron. Lo hice especialmente para ti…
- ¡Oh! ¡Un tutú con pompones! Gracias
Héctor, es precioso. Leopoldina corre a abrazar a Héctor y le da un dulce
besito.
- Con tu talento, Héctor, todavía estamos a
tiempo de salvar el circo. ¡Enséñanos a tejer!
Sin perder un minuto, Héctor y Leopoldina reúnen al resto de la troupe
para tomar todos juntos una clase de tejido improvisada:
“Un punto al derecho, un punto al revés;
con angora o con mohair,
con lana o con algodón,
el tejido es nuestra pasión.”
Desde ese día, la gente viene de todas partes para ver el espectáculo
del Circo EXTRAORDINARIAMENTE dulce.
Héctor y Leopoldina siguieron juntos para siempre.
En
cuanto a Gedeón y Leonardo, nunca más se supo de ellos. Se dice que continúan
corriendo en busca de nuevos trajes.
TARDE DE CIRCO.
(Gustavo Roldán)
La música que llenaba la carpa del circo se apagó cuando el hombre alto comenzó a caminar sobre la cuerda floja.
Se apagó la música, se apagaron las luces y se apagaron las voces, y el silencio fue una larga caricia recorriendo gradas y plateas.
Solo quedaron los reflectores que iluminaban esa línea casi invisible, allá en lo alto, por donde se deslizaba el equilibrista. Parecía que caminaba en el vacío.
El hombre avanzó con una larga varilla entre las manos. Hizo giros y piruetas, dejó caer la vara y saltó para atrás dando una vuelta en el aire y volviendo a caer sobre la cuerda en un misterioso equilibrio.
Caminó hacia adelante y hacia atrás, se paró con las manos, buscó una silla en esa especie de plataforma de donde habría partido y la apoyo en dos patas, y se sentó hamacándose y haciendo temblar al público. Pablito casi no respiraba.
Con sus nueve años recién cumplidos era la primera vez que iba a un circo. Había vivido en un pequeño y alejado lugar al que nunca llegaban esas diversiones, pero ahora estaba en un pueblo grande lleno de sorpresas.
-Voy a ser el hombre que camina en una cuerda- se dijo, pensando dónde ponerla en el patio de su casa.
Conseguir una cuerda no era difícil. Estaba seguro de que su papá se la compraría. ¿una soga o un alambre? Y en el patio tenía dos enormes árboles entre los que podía colocar fuese lo que fuese. el hermoso paraíso y el algarrobo a los que trepaba con los ojos cerrados.
Comenzaría desde el tronco, desde bien abajo, porque algún golpe se iba a pegar. en los juegos uno se cae, tropieza, se golpea, así son las cosas.
Y después, hasta llegar a las ramas más altas. ¡Qué susto el de su mamá cuando lo viera caminar tan arriba! Pero también se pondría contenta y orgullosa. Orgullosa de su hijo, que era un artista.
Otra vez la música llenó la carpa y volvieron las luces, cuando el hombre alto se descolgó por una soga.
Muchos, que parecían ayudantes, entraban y salían armando algo con enormes rejas, mientras tres malabaristas con ropas de colores arrojaban pelotitas y clavas al aire, en una increíble cantidad, y se las tiraban uno al otro y al otro. Después lo hicieron con espadas y con clavas que desprendían largas llamas.
“yo voy a practicar con naranjas -pensó Pablito –“. Debe ser más fácil. Naranjas nunca faltan en su casa, y si no, serviría cualquier cosa hasta que consiguiera las pelotitas. Eso sí, con fuego recién después de mucho practicar.
Otra vez el silencio, las luces cambiaron por potentes reflectores que recorrieron la pista, y de repente, se detuvieron en la entrada misteriosa por donde aparecían los artistas. ¿Qué habría detrás de esas cortinas de colores? Tres leones de grandes melenas avanzaron empujados por el chasquido del látigo de un domador de extraños bigotes, y entraron a las jaulas.
El último de los leones se dio vuelta y rugió mostrándole los colmillos al hombre de los bigotes. El látigo pareció estallar en el aire. Una, dos, tres veces resonó y el león se dio vuelta y entró como a desgano.
Pablito respiro aliviado. El circo entero pareció respirar aliviado. Se suponía que eran animales domados, pero se veían como fieras salvajes.
Y Pablito se acordó de lo que decía su papá: que las fieras siempre conservaban una naturaleza salvaje que podía aparecer en cualquier momento.
Los leones treparon a una banqueta, saltaron por un aro, uno tras otro, mientras el látigo dominaba los rugidos. Después el domador prendió fuego a otros aros más grades y las llamas hicieron dudar a los leones. Otra vez el látigo sonó y los leones saltaron entre las llamas.
“¡Qué lindo! ¡ser domador!” pensó Pablito.
Pero pensó que sus padres no lo dejarían tener un león en el patio. Una cuerda, sí, pelotitas también, pero un león no. Aunque les dijese que sería uno muy chico y muy manso, no habría caso.
Hay cosas difíciles de hacer entender a los padres. Pero qué lindo sería, y todos sus amigos, en especial maría, se moriría de asombro.
¡y la envidia de algunos!
Pero no iba a ser posible.
Y encima estaba esa tía que quería proteger a los animales y salvar a las ballenas y opinaba que los circos con animales eran una barbaridad porque los maltrataban.
Bueno tal vez tenía razón en lo de cuidar la naturaleza, pero se preocupaba por las ballenas y cuando pasaba el chico que juntaba cartones daba vuelta la cara.
Por el lado de los leones estaba perdido, mejor pensar en otra cosa.
Los payasos le dieron un poco de lastima, aunque uno de los chistes lo hizo reír y trató de recordarlo para sus amigos. No se le ocurrió la de ser payaso.
La gente se divertía viéndolos, Pablito también, pero le daba un no sé qué y lo dejaba un poco triste.
Entonces entro a la pista, de donde habían desaparecido las jaulas y los leones, una hermosa muchacha llevando a su lado el caballo más brioso que Pablito hubiera visto en su vida.
La muchacha corrió al lado del caballo, y en un momento que nadie pudo ver salto y se paró sobre el lomo. El caballo galopaba cada vez más rápido, dando vueltas por la pista, mientras la muchacha subía y bajaba, se paraba, se sentaba, giraba. De repente, después de un largo rato de inquietantes pruebas, dio un salto para atrás, dos vueltas en el aire, y cayo parada saludando a la platea. El público aplaudió entusiasmado.
“¡Qué hermosa es! –se dijo Pablito- “. ¡Es la mujer más hermosa del mundo! Y se sintió enamorado como nunca. Ni siquiera María era tan hermosa. Y eso que no había ninguna como María.
Otra vez las luces y la música se prendieron y se apagaron. Ahora entro el hombre del traje chino, aunque no parecía chino.
De una mesa donde relucían extraños objetos levanto un sombrero, lo mostró vacío, girando para que todos lo vieran, y metió la mano adentro. Saco pañuelos y pañuelos y una caja más grande que el sombrero del que había salido. Una caja que nunca podría haber entrado en ese sombrero.
El hombre del traje chino que no parecía chino dejo el sombrero en la mesa y mostro una caja vacía.
Volvió a meter la mano y sacó una paloma. Y saco dos palomas. Y sacó tres palomas. Cuando sacó la quinta paloma, el circo pareció reventar de los aplausos.
“seré mago” se dijo Pablito sin dudar, porque había visto cosas imposibles y terriblemente misteriosas.
Volvió la música y volvieron los payasos. Pero el seguía viendo las estrellas y las chispas que brillaban y saltaban de los dedos del hombre vestido de chino. No sería chino de verdad, pero los aros chinos sí que lo eran. Eran aros de acero, cerrados, como el público pudo comprobar porque los mostró uno por uno. Y después se enganchaban y desenganchaban de una manera que, si eso no era pura magia, ¿qué era?
Pero lo mejor de lo mejor fue cuando varios de los objetos fueron desapareciendo ante los ojos asombrados de todo el mundo. Estaban ahí, en las manos del mago, y de repente, no estaba más.
Seria mago y no tendría problemas con nadie. Y la admiración de María y de sus amigos sería más grande que si tuviera un león.
¿Las palomas también eran animales? Pablito pensó que no era lo mismo una paloma que un león, pero le quedo una duda.
Los ayudantes que entraban y salían descolgaron desde lo alto tres trapecios y estiraron cables y resortes y los tambores retumbaron como nunca.
Dos hombres vestidos con mallas negras treparon por las largas sogas que colgaban desde lo alto. Treparon usando solo los brazos, con las piernas estiradas hacia delante haciendo un ángulo recto.
Los reflectores alumbraban los trapecios y las luces seguían a los hombres. Sentados, parados, colgados, se hamacaron acercándose y alejándose, hasta que de repente uno se suelto, dando una vuelta en el aire, para ir a colgarse de otro trapecio.
No se oía un murmullo, y el silencio acompañaba el asombro de un público entusiasmado por la belleza del espectáculo. Los ojos de Pablito fueron los ojos del asombro y la felicidad.
Jamás había imaginado nada como esa combinación de agilidad y destreza que desplegaban los hombres con mallas negras. Parecían volar cruzándose en el aire y dando giros imposibles.
Lo mejor fue cuando los dos trapecistas se hamacaron colgados de los pies y de repente uno se soltó, dio una vuelta en el aire, y cuando parecía que iba a caer en el vacío se tomó de las manos del otro.
Todo fue cada vez mas emocionante. Seguro que no había en el mundo hombres mas agiles ni mas audaces. Cuando uno de los trapecistas dio el triple salto mortal Pablito casi se atraganta. No podía creer tanta maravilla.
“voy a ser trapecista”, se dijo seguro de no equivocarse.
También el enorme paraíso del patio de su casa serviría para hacer un trapecio. Ya sabía de cuál rama iba a colgar las cuerdas, esa en que solía sentarse cuando trepaba y jugaba a que era tarzán y saltaba imitando a los monos.
Pablito regreso a su casa caminando sobre una nube. ¿podría convencer a su papá de que lo dejara ir al circo otra vez? Una solo vez no alcanzaba. La cabeza le daba vueltas de entusiasmo, le daba vueltas de alegría.
También le daba vueltas de tristeza, por volver a su casa por calles que tanto le gustaban y que ahora estaban grises y aburridas. ¡lo que podría contarles a sus amigos! Y muchos de sus planes eran para compartir. Algunas cosas no eran para hacer solo.
Seguro que Atilio, que el negro, que Miguel, se prenderían en el proyecto. ¡armar un circo en el patio! El domingo tendrían que ir al circo todos juntos.
Ahora Pablito duerme y sueña. Sueña con la carpa y las luces del circo. Sueña que es domador, después mago, después trapecista. Sueña y sueña. pero mago o trapecista, siempre, siempre, de novio con esa hermosa muchacha que hace saltos mortales sobre un caballo.
💗💗💗💗
No hay comentarios:
Publicar un comentario